Por: Sebastián Fuentes Mora
El guion del cortometraje argentino, Ni una sola palabra de amor, (2013) está montado de manera muy
recursiva e ingeniosa a partir de unas grabaciones telefónicas en una máquina contestadora, entre, o mejor
mensajes de una mujer a un tal Enrique, que está ausente en
cada llamada de Teresa. Llamadas que
albergan cada una, los sentimientos de esta mujer, siempre a la espera de una
respuesta del destinatario de todos sus mensajes.
Cada
mensaje que Teresa deja en la contestadora es un paroxismo que muestra la insistencia de una mujer que
refleja su fortaleza a pesar de ser ignorada, luego pasa a despreciar a
interlocutor, le reclama por sus errores y hasta lo amenaza con desaparecerse,
todo como un intento para que Enrique
levante la bocina, que ella presume no quiere responder.
Desde
su frustración por no ser atendida, en cada intervención a lo largo del corto,
la mujer retrata con sarcasmos, protestas y regaños alevosos a Enrique, el
causante de sus llamadas cada quince minutos, provocador de sus desvelos.
La
voz de Teresa tiene vida por sus palabras, pero la voz cobra actitud y
fuerza gracias a la magnífica
caracterización que logra la actriz argentina Andrea Carballo, quien le da un
rostro a esa voz, unas manías y una representación kinésica excepcional para cada mensaje.
El
Niño Rodríguez, (Director) usando recursos muy acertados como cortes
parpadeantes al compás del tono de colgado del teléfono para separar cada
mensaje; y otros simples pero efectivos, como: cámara inmóvil, una sola actriz
en escena y una sala de estar como escenario, consigue desde este minimalismo
escénico retratar el amor, despertar la curiosidad y hacer maldecir con cada beep del teléfono colgado, la ansiedad
de Teresa y su infinita insistencia. Pero con la carga emocional de sus
palabras se justifica todo en nombre del amor desesperado que busca una
respuesta.
El
amor es complicado, es una serie de batallas contra el orgullo, los problemas,
las cosas que se odian del otro; es un camino pedregoso y con baches donde se
llegan a decir miles de argumentos y pelear con una máquina contestadora para
que cuando llegue el momento de discutir de frente, el amor te haga un punto
diminuto y titubeante frente a tu Enrique o tu Teresa.
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